martes, diciembre 04, 2007

Presentación



La preparación. El caos de la documentación que parece que desbarata cualquier planteamiento previo. La desesperación porque faltan datos, porque falta información, porque parece que no la vas a encontrar en ningún sitio. La desorganización porque en el fondo cada uno tenemos nuestra vida. Los mails que parece que no han llegado a ninguna parte. Las respuestas tardías que no levantan el ánimo sino que incluso lo hunden más con sólo pensar que tienes que organizarte en 24 horas para irte a una carretera perdida entre Segovia y ninguna parte.
Y de repente, la amabilidad desconcertante de una entidad privada que bien podría haber hecho uso de su condición. La libertad absoluta (e increible, a juzgar por nuestra cara) de poder leer, escanear, fotocopiar y trastear todo lo que queramos en un despacho con toda la documentación de un archivo relativo a un yacimiento. De repente toda esa información que no encaja en nuestros, ahora minúsculos, esquemas. La posibilidad de crear partiendo, otra vez, de cero y con menos tiempo que antes, pero con el triple de información que despierta ideas que ni nos planteábamos.
El desarrollo. Darle forma. Encajar los datos, como si fueran piezas, para poder elaborar el discurso. Buscar las palabras necesarias, las adecuadas, aquí no sirve cualquiera, y tenerlas claras porque sabes que siempre hay réplica. El orden. Los fallos a última hora que desatan la histeria y la desazón. La sensación a contratiempo de que no va a salir, de que las imágenes no encajan con las palabras, de que las palabras no forman imágenes, la sensación de que no basta sólo con el discurso, de que cada parte del discurso tiene que estar clara.
La presentación, de tres personas que apenas se conocen y que dudan de su buen hacer en équipo, de una minúscula parte de eso Todo que se puede crear y que, aún por su pequeñez, ha ocupado un tiempo indescriptible. Los nervios previos, la risa contenida por esa posibilidad de que los fallos se repitan y entonces sólo va a quedar esa opción, la de la risa. Nuestros 30 minutos. Y ya no puede haber esquemas aunque estén en una hoja frente a ti. Y tienes que hacer real y propio eso tan complicado que es la comunicación. Y tienes que darle sentido e importancia a tu investigación. Y todo debe encajar, sin mirar. Y te das cuenta de que improvisas y que recurres a la memoria fotográfica que tienes gracias a haber tenido delante el archivo, la documentación, lo palpable. Y conviertes solicitudes administrativas en un elemento básico del discurso, asociado, enlazado, entramado en un todo indisoluble. Y das paso a imágenes, al otro que tiene esa otra parte que no es tuya pero que prácticamente te sabes porque forma parte de ese pequeño todo que te ha tocado investigar, a las fuentes documentales. Enuncias, argumentas, demuestras y concluyes, entre tres que apenas se conocen pero que tienen eso que ya se ha hablado, esa base, esa deformación, ese saber qué hay que hacer y que no lo valoras hasta que lo pones en práctica.
Y termina, y llegamos a la conclusión tácita y silenciosa de que no es, sin duda, nuestro mejor trabajo ni nuestra mejor investigación, pero te quedas con esa sensación que en ese momento sólo me parece comparable a un orgasmo, un orgasmo mental, sin duda, la sensación que te provoca el haberte entregado en cuerpo y alma, aunque el resultado no sea siempre el que te hubiera gustado porque con el tiempo nos vamos poniendo el listón cada vez más alto.
Y después te das cuenta de por qué merece la pena seguir intentándolo.

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