lunes, diciembre 21, 2009

Lo de la consejera

Pues ya puestos, contemos anécdotas, que no se diga que la edad no va haciendo estragos y no me estoy convirtiendo poco a poco en una de esas personas infumables que van por la vida contando hasta lo que les pasa en la cola de la panadería (¿a que no lo habíais notado que pudiera ser así?)...

Pues en esas estábamos, hace meses ya, en uno de esos eventos que se organizan (y nos mandan organizar) para que una señora rubita un pelin desagradable que le tiene manía a Wyoming o su consejera puedan decir eso que dicen siempre sobre las comunidades autónomas sin tener en cuenta la densidad de población (que digo yo, que no queda bien hablar de sobreexplotación inmobiliaria en una comunidad autónoma infinitamente menor que Andalucia, pero ellas siempre lo dicen en los discursos y la gente aplaude mientras nosotros arrugamos las narices...).

Y allí estábamos pues, vestiditos de boda y comportándonos igual de bien que el día de nuestra comunión delante del cura, organizando que la gente fuera gente y no gentuza (cómo algún que otro señor trajeado nos ordena de forma literal) y que subieran ordenadamente al escenario mientras nosotros poníamos cara de profundos y de eficientes (aunque realmente estuviésemos tarareando la canción de Barrio Sésamo). Y no es fácil ¿eh? que eso de evitar escuchar un discurso presidencial o ¿consejerencial? es complicado, sobre todo porque, como ya digo, la repetición de los mismos puede llevarte a tener serios problemas nocturnos... está demostrado científicamente.

Y en estas que se organiza el caos:

la persona que lee los nombres de la gente que sube al escenario se salta diez líneas (de repente el jefe se pone bizco, vaya, y a ver quien es el guapo que se lo dice...), la gente se empieza a apiñar al pie de la escalera con tan mala suerte que dentro de los apiñados se encuentra una persona que era supuestamente minusválida y que debería de haberse quedado en su sitio para que la señora que da discursos y consejos bajase en persona a darle las cositas que se estaban dando. Claro, como la persona minusválida andaba por allí correteando nadie se dio cuenta de que era la persona minusválida, y mucho menos mi jefa que ante la insistencia y los empujones empezó ella también a empujar hasta el punto de que subió a la minusválida (diría "movilidad reducida" pero queda enormemente laboral...) al escenario justo al mismo tiempo que la consejera se baja del escenario buscando una persona minusválida, con tan mala suerte que allí, en primerísima fila, hay una concejala con la pierna escayolada...y claro, la consejera se acerca con cara de compasión a la concejala y le da la cosita que solemos dar...y de repente fueron los tres segundos más largos de nuestra vida... la concejala que la dice que qué hace, la consejera que empieza a mostrar esa cara de ira monísima que pone, mi jefa en el escenario que solo se le ocurre decir "milagro! está aquí arriba" mientras que la persona minusválida decía algo así como que abajo había una señora loca que la había empujado...y los demás que nos veíamos ya firmando el finiquito...

Y aquel fue el grandisimo día que la consejera le intentó dar una cosa de esas a la concejala... y que a los demás lo que nos dio fue un ataque de risa, claro.

Y no, por aquello no nos echaron...y no, por si quedan dudas no estamos contratados como azafatas... pero lo de las azafatas y la señora que se hizo famosa por estar en gran Hermano ya si eso otro día.

ea! una batallita menos....

2 comentarios:

Verónica dijo...

Tú y tus anécdotas ... ¿Te has planteado seriamente, algún día, escribir un libro autobiográfico?

Desde luego, yo lo compraría. Lo de reirse en el metro mientras una se dirige al trabajo es algo que no tiene precio...

Un beso

*V* dijo...

Uy, no que sería soporífero fijo... pero vaya, que todo pueda ser que con eso tener tiempo libre me de por ahí xD

Reirse es bueno, en cualquier lugar, de eso me hace falta tambien ultimamente que ando de un gruñon insoportable...

Besoss!!