De mentiras

Mentimos, pero no nos gusta que nos mientan. A mí no, la verdad, al menos que me mientan mal, me hace sentirme profundamente más idiota de lo que mi condición de bicho humano me hace ser. Miento, algunas mentiras me hacen sentir así, otras me hacen gracia porque alcanzan un nivel de surrealismo propio de una buena novela.

Aún así, me hagan gracia o no, todas me encabronan, porque una buena mentira es aquella que dibuja una maravillosa y ficticia realidad no la que nos muestra lo absurdo y dejan al descubierto la impotencia o nuestra incapacidad para cambiar lo que nos gustaría. Imagino, que en el fondo lo que nos encabrona de saber qué es mentira y qué no es demostrar que nos hemos dado cuenta de esa pequeña diferencia entre la verdad ideal y la verdad a secas.

Eso me ha pasado a mediodía con Bush , ese gran cómico de nuestro tiempo. Las noticias jamás serán las mismas el día que políticos como Bush falten. Contribuyen enormemente al desarrollo del sentido de humor negro global, ayudan a la conversión mundial de la ironía en sarcasmos y, más tarde, en bilis intelectual. De hecho a mi casi me gustaría un Bushito en el futuro que me siga haciendo sentir que formo parte de "1984" (que lo habrá, no me cabe duda), eso le da encanto a la vida. Es ese favor que nos hacen los políticos, hacernos sentir parte de una novela, o puede que sea el favor que nos hacen las novelas, hacernos sentir parte de una realidad. Cómo sea, a mí el orden de los factores siempre me ha creado complicaciones.

Pues eso, mentiras: piadosas, de urgencia, literarias, reales, formales, burocráticas, vitales, mundanas... las que sean, siempre me han parecido apasionantes, entiéndase, aquellas que han sido tan buenas como para creérmelas o de esas otras de las que luego te ríes.

Hoy me ha quedado claro qué lee George W. Bush. Tengo claro que las mentiras de hoy me hacen más gracia que las de ayer aunque no sabría muy bien en qué tipo situarlas.