lunes, noviembre 01, 2010

De sueños (¿otra vez?)



Lo hablábamos, en diferentes ángulos, en diferentes sitios; y creo que también lo leí en algún lugar porque lo de las ideas originales también forma parte de Utopía. Hablábamos, decía, de que los sueños vitales deben ser, por definición, interesantes.
Al margen de que la palabra interesante se ha vuelto últimamente de un habitual que da grima, hasta el punto de que está adquiriendo más forma que sentido, especulábamos sobre estadísticas. En serio ¿cuanta gente conocemos que ha reconocido públicamente que el sueño de su vida es ser callista? (con todos mis respetos hacia los callistas del mundo que tanto bien hacen para la estética podológica y los dolores de pies del mundo) ¿o a cuantas mujeres hemos oído reconocer públicamente desde la supuesta liberación femenina, que lo que realmente quieren en la vida es ser amas de casa? (hombres sí, claro, eso queda chic, queda muy dentro de la supuesta liberación esa).
Y es que eso rompe la estética situacional. Pongamos que estamos en un bar, cool por supuesto, rodeados de seres que están compartiendo contigo sus ansias políticas, artísticas o filosóficas. Una fiesta de posibles futuros, de esas que te acompañan desde la mayoría de edad, en donde el que más o el que menos ha tenido un sueño infantil que, cómo poco, se queda en el periodismo o en la gestación de empresas imposibles. Y llega tu turno, te toca compartir qué querías ser de pequeño y cual es tu sueño, con unos cuantos años y menos juegos encima.
Pues bien, yo de pequeña señores quería ser cada día una cosa: peluquera (hasta que empezó mi pánico hacia el sector); ama de casa moderna; detective; hija abandonada en las montañas con un abuelo gruñón a la par que encantador, unas cuantas cabras y un san bernardo; Gnoma (femenino de...) y, bastante más que probable, bailarina o reina de la gimnasia rítmica. Es decir, veía la tele.
Pero crecí, cómo todos imagino, y me toco gestar sueños lo suficientemente imposibles cómo para justificar la mediocridad general, pero necesariamente alcanzables cómo para seguir teniendo un objeto interesante a la par que entretenido. No era plan de reconocer, entre cafeterías universitarias y los bares de los treinta, que, las cosas cómo son, mi sueño es ser Paris Hilton. Eso no es guay. Por muy guay que suene tener todo el dinero del mundo para dedicarte a lo que realmente te gusta (benditos restaurantes...), llevar el nombre de una ciudad encantadora y tener una actividad neuronal en la que ni siquiera hace presencia la neurona de guardia. Tampoco es guay reconocer que tu trabajo ideal es uno de ¿cuatro horas? dedicado a pulsar un botón y que esté igual de bien pagado que un cargo político corrupto, para poder emplear el resto del día en ver la tele o, en su defecto y si el tiempo acompaña, pasarte el día entregado a la vida social. ¿Alguna vez alguien os ha dicho que quiere dedicarse a limpiar cristales toda su vida?
Me vi, pues, obligada a crearme un sueño, un objeto vital para compartir con los demás cuando las conversaciones sobre vidas ajenas o televisión en todas sus formas se han agotado. Cómo a mi Yo particular nunca le ha gustado reconocer que está haciendo lo mismo que otros tantos millones de personas por muy original que todo parezca, en lugar de quedarme en el estereotipo de gran ejecutiva independiente preferí la ambigüedad de la investigación abstracta sin puesto de trabajo definido (cómo quien pasa de Armas de mujer a Lara Croft sin armas o, lo que es lo mismo, de la tele de los ochenta a los noventa). Lo contrario desentona. Una primera cita informando que el sueño de tu vida es recoger cartones queda raro. Ahora bien si dices que recoges cartones porque estás concienciada con el medio ambiente y usas los desperdicios ajenos, provocados por nuestra mente capitalista derrochadora, para poder crear cosas molonas que los demás compren (sin espíritu capitalista esta vez) queda chuli. O lo que es lo mismo, la tele sigue existiendo.
Este tipo de conversaciones son, por defecto, enfermizas porque ahora me dan unas inmensas ganas de pensar en ciertas respuestas para las charlas informales de bar. Esto me hace pensar que el sueño de mi vida es ser puñetera.

2 comentarios:

Verónica dijo...

El sueño de mi vida ...... Estaría bien la frase, como inicio de una novela.

En mi caso, me atrevo: zeñorita, así, con zeta, que era como lo pronunciaba de peque. Y debo añadir que hice todo lo posible, incluso gasté cinco años de mi existencia en eso, pero .... vino el después y no pasó nada. Y, a día de hoy, curiosamente, casi nadie me ha preguntado si lo tenía tan claro, y, a día de hoy, lo sigo teniendo, por qué busco lo que busco y no intento lo que siempre he querido ....

Vamos, que no tiene mucho que ver con lo que tu has escrito, pero, ya ves, las tardes de fiesta son así, un poco esdrújulas y sin conexión alguna con la realidad.

Un beso

*V* dijo...

Lo mío también era la z, me costó horrores usarla sólo cuando se debía...aún se me escapa, he de reconocer ;D

Cuando no me pongo puñetera, y así susurrando, lo mismo estoy dispuesta a reconocer que lo mío, mi primera vocación frustradísima, fue la danza.

Todo siempre tiene que ver, sobre todo los domingos ;)

un beso enorme!