viernes, junio 26, 2015

Miedos a tener a cuenta





Confesiones: le tengo miedo a los zapatos con plataforma. Lo sé porque hoy me he puesto unos zapatos de esos que me alejan un par de centímetros del suelo y he sentido un sudor frío por la espalda y la sensación de que hoy no llego a casa sin algo roto, aunque sea la dignidad.

Hay un por qué.

Hace como unos cinco años (aclaración: cuando me parece poco tiempo digo “el otro día” y cuando me parece que ha pasado mucho digo “unos cinco años”, no tiene por qué ajustarse a la realidad, claro) L. y yo nos fuimos a Lisboa un fin de semana para celebrar que se L. se casaba (y porque Lisboa nos gusta mucho, mucho). Estos viajes, ya se sabe, están pensados para hacer de todo en el menor tiempo posible. Turisteo, sí, pero habrá que salir, beber, el rollo de siempre, aunque sea haces la maleta con esa expectativa, luego ya se verá. Tampoco es que nosotras hayamos sido de emperifollarnos pero, oye, siempre que hay que salir y el rollo de siempre hay que intentarlo. Así que metí en la maleta el glorioso vestido negro nuncasecuandousarloperoesprecioso y Los Zapatos, monisisisimos que ya había usado así que NO HABÍA MOTIVO PARA DESCONFIAR. Cierto es que me los había puesto de cuando en cuando en zonas seguras de equilibrio, también es verdad que, al menos yo, me veo a mi misma con una seguridad y una destreza absolutamente alejadas de la triste realidad.

Lisboa es una ciudad preciosa, las cosas como son, desde que la conocí de rebote hace unos ¿cinco años? (más, claro, más) no ha dejado de encantarme cada vez que he ido (y me veo allí jubilada, he dicho) pero claro, es preciosa porque tiene detalles por todas partes, como en el suelo, tiene un suelo lleno de detalles, os lo aseguro. Es evidente que no se pueden tener calles bonitas y que velen por el equilibrio, y más los baldosines lisboetas cuquis (en especial del barrio alto) que será por culpa de los turistas o las cuestas por las que el agua hará sus estragos, pero que resbalan como suputamadre.

L. (lo de la inicial es por vaguería) siempre ha sido diez veces más sensata que yo hasta el mundo de que le he planteado en múltiples ocasiones que me adopte y me eduque (pero no quiere, dice), así que se arregló con el optimismo propio de “así de mona voy a estar toda la noche” pero en los pies se puso algo con lo que sobrevivir aunque hubiera un terremoto. Yo, que ya sabemos mi distorsión sobre mi misma, me puse Los Zapatos, que enamoran aunque quieran matarme.

Y así nos fuimos, a cenar en un restaurante que nos encontramos en una calle de camino al Barrio Alto y después al ídem a disfrutar de los bares lisboetas. Y allí fu, nada más llegar al Barrio Alto, en una calle llena de bares, resbalé, el zapato (con su plataforma) giró a la izquierda, el pie a la derecha, para evitar terminar analizando de cerca los baldosines me intenté agarrar a L. lo que terminó siendo más un empujón que un agarrón así que L. resbaló también y terminamos las dos en el suelo con las faldas en la cintura y un poco confusas sobre qué había pasado.



La teoría de L. es que soy el tipo de amiga que si se cae, te arrastra con ella. Yo le dije que no, que ella era el tipo de amiga que no la importaba caer y perder la dignidad conmigo. El portero que se acercó a devolverme el zapato que había volado concluyó con un: “¿españolas?”.

Todavía ahora, cuando quedamos y L. me ve más alta de lo normal (ambas somos hobbits así que esas cosas se notan) comenta inocentemente “ten cuidado no te vayas a caer y nos caigamos las dos”.
Pero los miedos hay que superarlos, incluidos los miedos a las plataformas, y aquí estoy, sentada pensando seriamente en ir descalza a casa cuando salga del trabajo que, recordando, no sé si tengo edad ya para romperme algo, aunque sea la dignidad. 


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