Galeano es un vagón de metro
atestado a las siete de la mañana. Malabares libro y lápiz en mano, releyendo
párrafos, para volver a entender o para saborear de nuevo. Subrayar, escribir,
destacar. Son apuntes (aquelllos, los de la vocación) en márgenes que sufren
del horror vacui que provocan los primeros pensamientos propios inspirados por
los ajenos.
Salir del metro, subir andando
todas aquellas escaleras de Ciudad Universitaria. El sol y el cigarro para
decidir si ir andando o en el G. Mejor el G que así sigo leyendo. En los
andenes, en los vagones, en las paradas, en los autobuses, en los pasillos
antes de entrar en aquellas clases que por fin elegías, aquellas que de verdad
querías porque, como Galeano, te llevaban más allá, despertaban una vocación
que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Galeano es Antropología de
América. Son aquellas mañanas sentadas en el césped hablando de lo ajeno como
si fuera propio, los bolsos llenos de libros, las horas en la cafetería divagando,
las horas en la biblioteca intentando investigar (que siempre enseñaron más que en las que intentábamos estudiar)
y las ganas de hacer en lugar de tener.
Problemática política y social de
América Latina. Cultura política de América Latina. Métodos y técnicas de investigación
social. Introducción a la antropología social y cultural de América Latina. Y
todas aquellas asignaturas que llevaban como coletilla “América Latina”. Pedro
Pérez retándonos a elaborar ensayos, Rojas convenciéndonos de que, porque esté
escrito, no tiene por qué ser verdad. Caravantes haciéndonos pensar.
Galeano es pedir una única vez a
mis amigos un regalo: “Patas arriba: La escuela del mundo al revés” para que al
final, maldades mediantes (yincanas eternas), pudiera tenerlo en uno de mis ya no
me acuerdo qué cumpleaños. Y leer, y soñar, y pensar que sí, que al final sí.
América fue un sueño al que
renuncié por miedo, por dinero, por cansancio, por tiempo y, sobre todo y lo
peor, porque quise.
Revisar las páginas de los libros
de Galeano que cogen polvo en mi estantería es volver a ver aquellos deseos que
creímos tener cuando íbamos todos los días a un edificio que era como una caja
de cerillas.
Hoy ha muerto, pero no, Eduardo
Galeano. Pero no. Porque todo aquello sigue ahí aunque elijamos sustituir aquella coletilla de "América Latina" por cualquier otra cosa.
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