lunes, octubre 18, 2010

De alergias y hormonas


Pues al final no ha sido mala idea, la de Espe o la de Gallardón o la de Zapatero o la del becario de turno o la de su bendita madre o de quien quiera que un día se levantase y decidiera compartir con el resto del Respetable la medicina militar o más bien las formas de enfocar las pruebas, que ya que te las mandan que te las hagan todas porque para que vamos a escatimar.
Y yo hoy lo he descubierto en primera persona, gracias a que el sustituto tipo Ken que me atendió el otro día en el habitáculo donde está normalmente la psicópata de mi médico de cabecera decidió tratarme como una alérgica más y me derivó (qué palabra tan sanitaria) al área de especialidades del Gomez Ulla. Me ahorré, en su momento, recordarle que ese era un Hospital militar porque por casualidad, de camino a la sección de marujeo imagino, había leído yo en algún lugar que los médico militares, con eso de la escasez de los ídems, iban a dedicar sus destrezas en la población civil (o sea, lo más, que las cosas están chungas y no sea que con eso de que el ejército anda bajo mínimos se queden ellos también en el paro).
Y allá que me he ido esta mañana, a los altos de Carabanchel, a ver de que iba el Hospital ese que, total, el Doce de octubre ya está muy trillado y no hay nada cómo conocer nuevas sucursales sanitarias. Y la norma básica la cumple, mantiene el esperado caos de encontrar donde tienes que ir, qué tienes que entregar, a quién, a qué hora, en qué planta, de qué sala y, cómo en cualquier hospital que se precie, sin un miserable cartelito que te diga lo que tienes que hacer porque de todos es sabido que esas cosas se saben por ciencia infusa.
Así que cumplidos los trámites administrativos y tras entablar amistad con dos bedeles y dos administrativas con pinta de llevar años tratando a militares, he localizado la sala en cuestión. Una cosa me ha quedado clara: los militares no son alérgicos porque hace demasiado que no veo una sala de espera tan pequeña cómo esa (hoy, por supuesto, atestada de civiles alérgicos a todo).
Mi turno, y yo más feliz que una perdiz con mis papelitos, mis pegatinas y mi intimidad resumida en cuatro palabras de un historial. Y allí estaba mi médico, militar, tal y cómo se podía ver en la tarjetita que le colgaba de la bata. Un tipo que probablemente ha pasado la mitad de su carrera atendiendo a jovenzuelos que intentaban escaquearse de la mili y a algún que otro militar entrado en años que de repente había desarrollado alergia al polvo del despacho. Para atenderme a mí, antimilitarista de pancarta universitaria . Ironías de la vida, oye. Pero imponía el tipo en cuestión, oigan.
Así que allí hemos estado de charla mañanera y regateo antihistamínico sobre todo entorno a la posibilidad de ser alérgica a algún animal de compañía y poder, aún siendo alérgica, conservarlo hasta el fin de sus felinos días. Pero el caballero, acostumbrado cómo debe estar, imagino, a regateos y demás tretas extrañas me lo ha resumido de la mejor de las formas: "señorita esto, probablemente, sea por las hormonas...las mujeres todo lo tenéis por las hormonas y si tuviésemos que hacer un estudio para poder daros una probabilidad sobre por qué os pasan las cosas que os pasan, hundiríamos la economía de cualquier país"
Y mi carcajada probablemente se ha oído en la mínima e insípida sala de espera, sobre todo porque, ¡qué carajo! cuanta razón tiene.
Así que me ha mandado un trillón de pruebas esperando, según me decía mientras escribía papelito tras papelito, que no tuviera que deshacerme de ninguna de las formas de mi animal de compañía sobre todo porque, según él, yo tenía más pinta de pretender sobrevivir a base de altas dosis de ebastina antes que de deshacerme del bicho en cuestión y porque "ya le digo, señorita, al final lo vuestro siempre son las hormonas". Puñeteras, ellas, a la par que entretenidas.
Mis estereotipos me impedían imaginar que me iba a encontrar un médico militar gracioso, así que bendita la idea.

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