jueves, noviembre 12, 2015

El molar es un lugar


Todos hemos querido molar siempre, mucho y muy fuerte, es así desde los tiempos de las cavernas en donde el más molón era el que pintaba su mano más grande y más cerca de los dibus de cervatillos (o lo que fuera aquello). Porque sí, porque tenían pintura, porque inventaron pintura, porque les dejaron el hueco (o se hicieron con él) y porque no tenían sentido del ridículo alguno. Claro que la gloria no siempre fue para el más molón o el que más intentó o creía molar, los habría que intentaban pintar su mano y aquello salía en plan “pero tío ¿qué es eso?” Puede que ya entonces el artista incomprendido, o el líder frustrado, se justificara diciendo que no entendían el mensaje (el acusar de bobo al de al lado es una táctica que no falla desde el comienzo de los tiempos) o que en realidad era una crítica a la moda imperante de dibujar manos en negativo actitud que denotaba, claramente, un sentimiento de superioridad carente de base. Con lo que fácil que es decir “ni idea, tío, es que yo quería molar”.
Lo que tiene el siglo XXI (y el XX si nos ponemos, que es lo que conozco, no por otra cosa) es que nos creemos los inventores de todo. Nos creímos guays con nuestros one touch easy (amarillo el mío) y esos mensajes de texto con letras tan grandes como el precio. Cuando nos dejaron enviar mensajes en color (¡y con fotos!) aquello fue el no va más, y ahora que podemos convertirnos en stars de las redes si conseguimos unos cuantos favs and loves (aunque sea de nuestra vecina y nuestra tía abuela la del pueblo) no tendremos nada que envidiarle al creativo molón de la mano de Altamira.
Y lo digo yo, desde un blog, para rizar el rizo de la paradoja.
“Sí, sí, es verdad, hay gente así pero yo no”. Mentira. Todos queremos molar porque es guay, es lo que aprendimos en el patio del colegio porque es lo que generaciones y generaciones de humanos frustrados nos han transmitido y que, la verdad, no es una cosa que sea para tanto. Esta es otra paradoja porque nuestra generación también es la que intenta molar diciendo que no es una persona molona, somos animales sociales que se esfuerzan en negar que somos sociales con la única finalidad de molar más aun para ser más sociales. No sé si me explico, pero da igual. El caso es que nos gusta molar incluso cuando no somos conscientes de estar molando. Y es que molar es ese lugar en el que nos sentimos más poderosos que nunca, es nuestra meta.
¿A quién no le gustan las palmaditas en la espalda? ¿El sentirse el que elegía a su equipo cuando jugábamos al rescate? ¿No hemos soñado nunca con saber que se sentiría siendo la del pelo chachi con sonrisa profident que además (la muy perra) era lista y simpática? ¿El guay y la guay que parecía que lo tenían todo? Queríamos cosas y no en plan “Carrie” con carilla de perrete abandonado que termina machacando a todo el vecindario.  Nuestra generación se limitó a asumir que existían gentes claramente superiores, a las que nos limitábamos a despellejar en nuestros círculos más íntimos (o no tan íntimos pero bueno) hasta que llegó Internet. En las redes sociales todos somos Carrie yendo al baile con el chico del pelazo y el rol que adoptemos nuestra forma de vengarnos del personal. Y por mi vale (aunque hay que decir que la venganza de Carrie fue más rápida y digestiva que muchos roles de Internet) porque cuando nos sentimos superiores nos sentimos seguros de nosotros mismos y liberamos endorfinas que nos proporcionan un estado físico y mental cojonudo.


Es fácil que Internet sea nuestro camello de endorfinas, con nuestro rol podemos hacer lo que nos salga de las narices, cómo si consideramos que queremos ser una ancianita facha que vive en la España profunda y solo lee “La Razón”. Las redes nos solo nos liberan de nuestra carcasa física, nos permiten ser juez y jurado de una realidad que sólo pide como referencia lo que te hayas inventado. Por supuesto no es anarcolandia, hay normas (donde hay humanos hay normas de comportamiento) para molar, ahora bien, volvemos a la mano de Altamira, hay quien sabe molar y quien no, por mucho que se lo crea. 

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