jueves, junio 02, 2011

De hijos de...




No sé si en algún momento eso de ser "hijo de un ministro" (frase hecha donde las haya) ha tenido una connotación positiva porque, a día de hoy, lo que tengo claro es que si fuera "hija de un ministro" me cambiaría temporalmente el nombre. Y de cargos más altos ni digamos. Es más, ni siquiera sé si estaría preparada para reconocer públicamente un parentesco cercano o una amistad relativa con cualquier miembro del gobierno de los últimos 30 años (que llevo de vida, no por otra cosa).


Es más, a pesar de lo complicado que resulta todo cuando no tienes ciertas comodidades materiales, le agradezco enormemente a mi padre su condición de obrero estándar. No imagino lo estresante que tiene que ser sumar a mis discusiones ideológicas con él, el hecho de que estas se lleven a la práctica y, para más inri, tener que discutirlas con media España, que además con el invento ese de la libertad de expresión y los medios de comunicación, ya no te libra de la crítica ni el tato.

Viene esto, por la última ley de marrás que sirve especialmente para amenizar nuestras mañanas laborales y las reuniones sociales en donde escasee la conversación, y poco más. Sí, claro que servirá para más cosas, pero estos textos rimbombantes en donde se dice mucho para no decir gran cosa el efecto que provocan en mi es bastante parecido al de una reunión laboral o uno de estos programas que todos vemos pero que casualmente no tienen audiencia.


En fin, la ley, que todo el mundo ha leído, todo el mundo entiende y probablemente cada uno tenga una teoría. Siendo española, no espero que sea una ley medianamente coherente o justa así que en breve estaré criticándola como todo el mundo y me habré convertido en una experta en derecho más (que por estos lares todos somos expertos en todo). Y la ley está propuesta por una ministra, igual que en su día la Sinde se cubrió de gloria con otra ley polémica como ella sóla. Porque por lo visto, a falta de eficiencia lo mejor que se puede hacer en este país es liarla parda no sea que habiendo tenido un puesto laboral tan goloso, a la larga nadie te recuerde, que todos nos acordamos de Corcuera pero que alguien nombre a un ministro normalito.


Así que viendo que la política es desde hace demasiado una especie de Salvamé Deluxe diario en donde el que gana puntos es el que más portadas acapara y para alcanzar ese fin tan tentador cómo es la atención social bien vale ser Maquiavélico, esa frase tan de toda la vida cómo la de "ser hijo de un ministro" se ha convertido en algo escalofriante porque nadie va a pensar en esos ministros que se limitan a hacer su trabajo como buenamente pueden o les dejan, sino que es inevitable pensar en esos otros que acumulan cargos públicos (polivalentes, que son, concretamente como máquinas de acumular dinero ajeno), que crean leyes ridículas que no tienen nada que ver con la realidad del país en el que levitan (que no habitan) y que, debe ser, consideran que el buen hacer de su labor es llamar la atención (y si para ello hay que inventar palabras, pues se inventan).


Así que simplemente imaginar eso de tener que reconocer en público cualquier tipo de relación de parentesco o incluso amistosa con la Pajín, la Sinde, la Aído o (para no caer en comportamientos discriminatorios que impliquen multa de tres pares de pelotas/ ¿tetas?) tiene que ser ligeramente bochornoso. ¿Quién te va a hablar de cine? ¿de música? ¿quién se va a atrever a empezar una conversación pensando en qué género están usando constantemente? ¡y a ver quién es el guapo que se enciende un piti en tu casa!


Ser hijo de un ministro, hoy en día, equivale a la palabra multa (multaza, de hecho... o multo, no sea que por ser una palabra femenina con connotaciones negativas estemos incurriendo en algo que no tenemos demasiado claro qué puede ser pero que terminen cobrándonos por ello) y ser hijo de un Presidente del gobierno implica intentar colarte en un programa de protección de testigos y cambiar de vida.

No hay comentarios: