Desmayarse, atreverse,
estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Sobre palabras de amor cada uno
tiene las suyas, propias, claro, incluso estandarizadas que es lo habitual, al
menos las que se muestran en el escaparate, esas de “voy a decir públicamente X que se vea que mi amor mueve
montañas” aunque al final lo que mueven esas palabras son escalofríos de grima
en conocidos y arrimados varios. Y es que si ya, en mis años mozos, empezar a
escuchar como tu amiga cambia el “chaval” por un pasteloso “cuqui” era un
shock, en la era de las redes sociales leer como hasta tu tía abuela la de
Cuenca, con más años que Carracuca, llama “mi amor, mi cari, mi mundi” a su
nuevo novio del Imserso, es algo para lo que, creo yo, nadie nos había
preparado.
Esto no quiere decir que yo misma
no haya usado, y abusado, de “caris, cuquis, chiquis” (y solo de recordarlo me
sonrojo) porque la adolescencia tiene sus propias normas y aquello de llamar
así hasta a tu amiga era de ser muy mayor y de ir muy a la contra (en contra de
la sabiduría de los adultos que te avisaban de lo raro que era tu lenguaje).
Pero todo cambia y las muestras de amor las primeras, a veces porque tu
lenguaje cambia, a veces porque amas de forma distinta (más íntima, más tú lo
que te hace vulnerable hasta para decirlo), a veces porque sí y punto, por
seguir la corriente, incluso.
Me hubiera gustado, claro, haber
cambiado a un nivel superior, poder hablar de amor como Lope, con tan poco y
tanto, aunque por suerte nunca se me dieron bien los versos y no me dio por
recitar a diestro y siniestro (así evité pasar del nivel de “loca con
aspiraciones a tarada” a “necesita medicación con urgencia”). Pero claro, es
que es mucho más bonito ver como los sentimientos, complejos, adquieren forma
con palabras escogidas (pensadas, trabajadas, construidas). Algunos nos tenemos
que conformar con intentar jugar con los silencios que quedan de esas palabras
que no sabemos encontrar y esperar que otros entiendan lo mucho que se dice
cuando no dices nada.
En general a mí las muestras de
amor exageradas y simples de forma pública me dan vergüencita ajena, pero eso
forma parte de la rancia que hay en mí y a la que, definitivamente, no, no
tengo interés en renunciar. Esa yo cuando ve ese tipo de gritos de amor
estandarizados no puede evitar susurrar, malvadamente, a mi otro ser (pequeño,
que intenta ser bondadoso) frases que
tan pocas palabras tienen pero que tanto dicen: “mucho lirili poco lerele”. Y
es que en el descreimiento que te da el haber superado los veinti sana, salva y
curado algún que otro rasguño (no voy a decir “camino de los cuarenta” porque
no tengo chocolate cerca para poder asumirlo) no puedo evitar pensar, cada vez
que leo alguno de esos “te quiero más que el respirar, amor” (literal, pintada
en el suelo) que lo mismo hay quien no necesita respirar mucho porque los
amores, esos de rasgarse las vestiduras, a veces se terminan y al final, esas
publicaciones tan poco complejas, esas falsas muestras públicas de nuestro ser
más íntimo, no dejan de ser un reflejo de lo poco que se ha vivido ese “gran amor”
aun.
Decía María Belón, cuando le preguntaron en una entrevista que si
seguía igual de enamorada de su marido, que eso era imposible. Ni igual, ni
más, ni menos, distinto. Que el enamoramiento es eso que pasa durante el primer
o el segundo año, después, llega un amor distinto, y después otro, y otro
porque todos cambiamos y no queremos de la misma.
Como sea, no seré yo la que
intente desvelar, ni aquí ni en ningún lugar, eso que nos trae de cabeza desde
el origen de los tiempos (o desde el romanticismo si nos fiamos de según quien)
cuando lo que realmente pienso concluir es: la gente que usa “mi cari, mi amor,
mi cielo, mi vida” de forma exagerada, arbitraria y pública, me resulta
sospechosa.
Y punto.
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