lunes, abril 13, 2015

In memorian



Galeano es un vagón de metro atestado a las siete de la mañana. Malabares libro y lápiz en mano, releyendo párrafos, para volver a entender o para saborear de nuevo. Subrayar, escribir, destacar. Son apuntes (aquelllos, los de la vocación) en márgenes que sufren del horror vacui que provocan los primeros pensamientos propios inspirados por los ajenos.
Salir del metro, subir andando todas aquellas escaleras de Ciudad Universitaria. El sol y el cigarro para decidir si ir andando o en el G. Mejor el G que así sigo leyendo. En los andenes, en los vagones, en las paradas, en los autobuses, en los pasillos antes de entrar en aquellas clases que por fin elegías, aquellas que de verdad querías porque, como Galeano, te llevaban más allá, despertaban una vocación que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Galeano es Antropología de América. Son aquellas mañanas sentadas en el césped hablando de lo ajeno como si fuera propio, los bolsos llenos de libros, las horas en la cafetería divagando, las horas en la biblioteca intentando investigar (que siempre enseñaron más que en las que intentábamos estudiar) y las ganas de hacer en lugar de tener.
Problemática política y social de América Latina. Cultura política de América Latina. Métodos y técnicas de investigación social. Introducción a la antropología social y cultural de América Latina. Y todas aquellas asignaturas que llevaban como coletilla “América Latina”. Pedro Pérez retándonos a elaborar ensayos, Rojas convenciéndonos de que, porque esté escrito, no tiene por qué ser verdad. Caravantes haciéndonos pensar.
Galeano es pedir una única vez a mis amigos un regalo: “Patas arriba: La escuela del mundo al revés” para que al final, maldades mediantes (yincanas eternas), pudiera tenerlo en uno de mis ya no me acuerdo qué cumpleaños. Y leer, y soñar, y pensar que sí, que al final sí.
América fue un sueño al que renuncié por miedo, por dinero, por cansancio, por tiempo y, sobre todo y lo peor, porque quise.
Revisar las páginas de los libros de Galeano que cogen polvo en mi estantería es volver a ver aquellos deseos que creímos tener cuando íbamos todos los días a un edificio que era como una caja de cerillas.
Hoy ha muerto, pero no, Eduardo Galeano. Pero no. Porque todo aquello sigue ahí aunque elijamos sustituir aquella coletilla de  "América Latina" por cualquier otra cosa. 

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